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lunes, 28 de marzo de 2011

Calor en una tarde de verano

Era una soleada tarde de verano. Yo paseaba por el parque de mi pueblo. Decidí sentarme. Aquel parque era precioso, había muchísimos árboles y también había un enorme lago donde había barcos para remar por él. A lo lejos vi un chico superguapo, cuyo pelo era rubio y cuyos ojos eran azules, en los cuales mis ojos navegaron durante un rato. No llevaba camiseta, supongo que debido al calor, así que me fijé en cada detalle de sus esculpidos abdominales. Cuando me quise dar cuenta le estaba mirando el enorme paquete que tenía bajo el pantalón y él se acercaba cada vez más a mí.
- "Hola guapísima, ¿cómo te llamas?"- me dijo mientras me miraba a los ojos.
- "Me llamo Eva, ¿y tú quién eres?"- le contesté.
- "Me llamo Eduardo, pero por mi barrio me llaman el casanova, ¿te apetece dar un paseo conmigo?"
- "Me apetece mucho la verdad".
- "Vamos, pues."
Dimos un largo paseo por el parque hasta que llegamos a una parte del parque que más bien parecía un bosque, donde nadie solía ir y donde estábamos totalmente ocultos por las plantas. Allí empezamos a besarnos y cada vez nos besábamos más fuerte. Era obvia la atracción sexual que había entre nosotros. Poco a poco empezó a desnudarme, sacándome la camiseta por la cabeza mientras su otra mano subía por mi entrepierna. Cuando me la había quitado, besó mi cuello y poco a poco fue descendiendo hasta llegar a mis pechos, quitándome a la vez el sujetador dejando mis suaves melocotones al descubierto, donde la brisa fresca y el roce de sus manos hicieron que mis pezones endurecieran y se irguieran.
Nos caimos al suelo, sobre el césped, donde yo decidí jugar con su pene, acariciándolo, besándolo y chupándolo hasta que se corrió por primera vez del tacto suave y calentito de mi boca. Mientras se corría, yo acerqué mis tetas para que su semen cayera sobre ellas y luego acerqué mi lengua para saborear aquel dulce líquido, cuyo sabor era parecido a la leche condensada. Este sabor me resultaba peculiar, porque el semen casi siempre sabe a agua del mar.
Entonces, él se abalanzó sobre mí y me metió su polla hasta el fondo, habiéndome previamente quitado el tanga y la minifalda. Empezó a moverse, como si de una mecedora se tratara, haciendo que yo aullara como una loba salvaje en celo bajo la luna llena de una noche de verano una y otra vez. Él no tardó mucho tiempo en empezar a gritar también. Poco después ambos llegamos a la vez al clímax, la cima más alta del placer, y yo sentí cómo se corría por segunda vez, esta vez en mi interior, donde yo sentía un suave calor y un gran placer.
Después se tumbó en el suelo y, habiendo notado que él seguía cachondo, me subí encima de él y empecé a moverme como yo sé que les gusta a los hombres que se muevan encima suya y volvimos a alcanzar el clímax, pero esta vez con más intensidad y él se corrió por tercera vez en mi vagina, donde entraba el semen como si de una gran corriente de agua se tratara.
Finalmente, debido al cansancio y al calor, me tumbé a su lado sobre el césped donde dormimos durante unas horas.

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