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martes, 6 de marzo de 2012

Una gran lección aprendida

Era un día frío de invierno, ya había oscurecido y Lucía volvía a casa después de trabajar. Estaba muy cansada, pues había estado en la oficina durante largas horas a causa de un proyecto que tenía que tener terminado unos días después.
Lucía volvía en coche. Llegando a su casa tuvo que frenar bruscamente por culpa de un conductor que no había respetado un “ceda el paso” y que casi provocó un accidente. Éste bajó la ventanilla y le gritó indignado:
-       ‘Mujer tenía que ser.’
Lucía decidió ignorarle y reanudó la marcha, puesto que a ese tipo de personas había que ignorarlas.
Lucía llegó por fin a casa y abrió la puerta con esperanzas de que su marido le hubiera hecho la cena, tanto a ella como a sus hijos. Saludó cariñosamente a su marido como hacía cada tarde cuando llegaba del trabajo. Después fue a la cocina para ver si su marido había cocinado algo. Como cada tarde, se llevó una decepción: no había nada preparado.
-       ‘Amor, ¿Qué les has preparado a los niños para cenar?’- preguntó ella a su marido.
-       ‘Nada. Estamos todos esperando a que nos hagas tú la cena.’
Lucía se enfadó, pero no dijo nada, sino que fue a la cocina y preparó una deliciosa ensalada y unos filetes de pollo a la plancha. Comieron todos y los niños se acostaron. Lucía y su marido se sentaron en el sofá a ver la tele. Como siempre, él cogió el mando a distancia y puso el fútbol. Ella le dijo que le hubiera gustado ver una serie que emitían cada martes por la noche. Esto desembocó en una gran pelea, puesto que su marido no trabajaba, pero tampoco limpiaba la casa (ni siquiera ayudaba a limpiarla), ni  cocinaba, ni llevaba a los niños al colegio (ni los recogía). Es decir, no hacía nada: el día lo pasaba sentado en el sofá viendo la televisión o en el bar bebiendo cerveza con los amigos. Ni siquiera se preocupaba por que sus hijos hicieran los deberes. Para colmo, Lucía tenía que ver lo que él quería ver en la televisión cuando llegaba tarde de trabajar.
Tras la pelea, Lucía decidió que su marido iba a dormir aquella noche en el sofá, pues estaba muy enfadada y se fue a la cama.
A la mañana siguiente, como cada día, fue a trabajar y cuando volvió a casa se encontró con lo mismo de cada día: la casa hecha un desastre y su marido sentado en el sofá esperando a que llegara ella para hacerle la cena. Como estaba harta de la situación, Lucía sólo hizo la cena para Mario, su hijo de 7 años, y María, su hija de 16 años. Cuando su marido vió que ella no le había hecho la cena se enfadó y se fue al bar a tomarse unas cervezas.
-       ‘Mamá, ¿Por qué no le has hecho la cena a papá?’- le preguntó Mario a Lucía.
-       ‘Pues, porque mamá trabaja y no lo puede hacer todo ella sola y si papá no trabaja ni hace nada su deber es colaborar con mamá.’- le respondió Lucía.
-       ‘¿Igual que nosotros cuando nos dices que hagamos la cama y no la hacemos?’-le preguntó Mario.
-       ‘Sí, cariño, sí.’
Mario ya no preguntó nada más, sino que dejó la comida y fue corriendo a su habitación a hacer la cama. Cuando volvió a la mesa para comer, Lucía le preguntó adónde había ido y Mario le dijo que no había hecho la cama y que había ido a hacerla para que ella no la tuviera que hacer. Lucía se rió pero ya no dijo nada más.
Cuando Lucía se despertó a la mañana siguiente notó la ausencia de su marido en la cama. Pensó que quizás estuviera dormido en el sofá, pero tampoco estaba allí, así que aunque estuviera preocupada por su marido decidió no llamarle para averiguar dónde estaba y empezó a preparar el desayuno. La casa estaba en pleno silencio, un silencio que molestaba. De pronto, Lucía sintió que alguien le tocaba la cintura y se sobresaltó, no se lo había esperado: no había escuchado a nadie venir. Giró la cabeza y vió que era su marido, quien estaba vestido y recién duchado, algo raro en él para ser por la mañana temprano.
-       ‘¿Y tú por qué te has vestido tan pronto?’- le interrogó ella extrañada.
-       ‘¿Acaso no puedo llevar a mis hijos al colegio?’- le contestó él con otra pregunta.
Ella decidió callarse. Lo prefería así porque una nueva pelea sólo provocaría que él se enfadara, no llevara a sus hijos al colegio y que sus hijos llegaran tarde. Simplemente preparó el desayuno y no dijo nada más al respecto.
Aquella tarde, cuando volvió a casa de trabajar, encontró a su marido tumbado en el sofá, como cada tarde, pero esta vez no estaba él en pijama. Ella pensó que esto era muy raro. Además, la casa estaba muy limpia.
Cuando entró en la cocina vió que no había vasos sucios ni nada parecido y que estaba todo limpio. No se lo creía, así que fue al comedor y se llevó una gran sorpresa al encontrarse la cena ya puesta en la mesa, dos copas de vino ya servidas y la mesa llena de pequeños corazones de papel de color rojo. Ella lo observó todo boquiabierta. Cuando se dio la vuelta para dirigirse al salón para darle las gracias y un beso a su marido, se encontró con que éste estaba en la puerta.
-       ‘Nuestros hijos ya han cenado. Mario está acostado y María está terminando de hacer unos deberes de biología. Me he dado cuenta de que tú sola no lo puedes hacer todo y que yo debo ayudarte. Debo decirte que tenemos una cosa muy importante que celebrar.’- hubo una larga pausa en la que ella le miraba extrañada mientras se preguntaba de qué trataba.-‘Tengo trabajo. Mañana empiezo. Esta mañana hice la entrevista. A partir de ahora seré conserje en un instituto.’
Ella se alegró muchísimo y lo felicitó. Mientras cenaban planearon cómo se podían repartir entre todos las tareas del hogar y a partir de ese día todo cambió: todos ayudaban siempre en casa y el marido de Lucía se encargó de preparar la cena cada noche.
Mientras, en otro lado de la ciudad, había un hombre llamado Gregorio que vivía con Elsa, su novia. Tanto Gregorio como Elsa habían estado anteriormente casados con otra pareja. Elsa había tenido una hija con su exmarido y Gregorio había tenido una hija y un hijo con otra mujer. Elsa había llegado a un acuerdo con su exmarido y éste cuidaba de los niños durante el fin de semana y ella en los días laborables. Sin embargo, Gregorio no tenía esa suerte, sino que su exmujer tenía la custodia total de sus hijos, la cual le había sido concedida porque ella había alegado que su marido le maltrataba físicamente, pero la realidad era otra distinta. Gregorio no sería capaz de hacerle daño ni a una mosca. Su exmujer obviamente no tenía pruebas de este maltrato pero, aún así, por pena y porque era una mujer “indefensa” el juez le había concedido la custodia total de sus hijos e incluso le había impuesto una orden de alejamiento para que éste no se pudiera acercar a sus hijos.
Poco a poco, tras sufrir muchísimo y tras luchar por conseguir la custodia compartida, consiguió que el juez le creyera a él y el juez le concedió a él la custodia completa y mandó encarcelar a su exmujer por haber mentido a la ley.
En el colegio un día, Pablo, hijo de Gregorio, le preguntó a Matilde, su profesora, por qué las niñas podían vestir de rosa y por qué a los niños no se les podía regalar flores. Matilde, sin embargo, no le pudo responder.
-       ‘¡Pero eso es injusto! Yo soy niño y me gustaría que me regalaran una flor. Son muy bonitas.’- le dijo Pablo.
-       ‘Sí, Pablito, es muy injusto, igual que el hecho de que a mí me pagan menos por estar aquí que lo que le pagan a un hombre.’
Pablo insistió en que aquello también era muy injusto y se enfadó. Matilde le preguntó por quién o por qué estaba enfadado, a lo cual Pablo respondió:
-       ‘Con el mundo, porque no es justo que en este mundo se impidan hacer cosas por ser mujer o por ser morenito o por hablar raro.’
-       ‘Tienes razón, Pablito, y por ello tienes que aprender y hacer que los demás aprendan que todos somos iguales y que debemos tener los mismos derechos que los demás.’
Aquel día y aquellas palabras de Matilde nunca se le olvidaron a Pablo y durante el resto de su vida intentó inculcar esos valores a todo el que no los tenía. A muchos logró convencerlos, aunque a algunos no, pero logró cambiar la forma de pensar de muchas personas.
Pablo se hizo profesor en una universidad y un día escuchó una conversación ajena. No tenía la intención de escucharla ni quería, pero acabó escuchándola:
-       ‘¿Has visto cómo está Amanda? ¿A que está para comérsela?’- preguntó David, uno de sus alumnos, a otro.
-       ‘ Sí, tío,  pero es una puta de cuidado’- le contestó Gabriel, el otro alumno.
-       ‘Oye, ahí va Ricardo, ¿Se follaría a Eva al final?’- le preguntó David.
-       ‘No sé, han pasado dos días desde que quedó con ella, seguro que se ha tirado a otras cinco chavalas en este tiempo.’
-       ‘Ya ves, tío, es el dios del sexo: se las lleva a todas a la cama sin hacer prácticamente nada para camelárselas.’
Tras escuchar esa barbaridad, Pablo entró a la clase donde debía dar la clase unos minutos despues. Aquel día decidió no dar el temario, sino una lección sobre la igualdad, no sólo de género sino también racial, homofobia, etc.
Pablo hasta después de muchísimo tiempo lo supo, pero con su charla hizo ver a un alumno, Marcos, quien maltrataba física y psicológicamente a su novia (nieta de Lucía) , a quien en realidad amaba sin medida, que ya no debería maltratarla, sino mostrarle todo el amor que pudiera. Inspirado por Pablo, Marcos hizo lo mismo que Pablo: intentar enseñar la valiosa lección de que todos somos iguales.
Un día, sentado en un bar tomándose una cerveza, Marcos conoció a un señor extranjero y con él habló de la igualdad de género. Éste, al saber que Marcos, que ahora también era profesor, daba lecciones sobre la moralidad en sus clases para hacer a sus alumnos más tolerantes, le pidió su nombre e información para poder contactarle. Este hombre, quien no había revelado su identidad en ningún momento, era uno de los encargados en decidir quién merecía un premio nobel.
Marcos recibió el premio nobel de la paz, lo que le pilló por sorpresa, pero en el acto de entrega dijo lo siguiente:
-       ‘Este premio será eternamente agradecido, pero yo no soy quien se lo merece. Veréis, yo sólo he hecho lo que he hecho gracias a un profesor que tuve en la universidad, Pablo García. Debo confesar que, cuando conocí a Pablo, yo era un monstruo. Maltrataba a mi pareja tanto psicológicamente como físicamente. Nadie lo sabía entonces, o eso creo, pero gracias a Pablo, que un día nos dio una lección sobre la igualdad de género, dejé de ser ciego. Por fin vi la realidad y dejé de tratar así a mi pareja, la cual siete años después se casó conmigo y tuvimos tres hijos. Ahora ella es la persona más feliz del mundo, gracias a mí, a que en su momento supe cambiar y tratarla bien. Sólo me arrepiento de una cosa, y eso es de no haberla tratado bien desde un principio. Aún así, si yo no hubiera cambiado mi forma de ser cuando lo hice, no sólo hubiera destrozado la vida de ella, sino también la mía, ya que sin ella y sin su amor y cariño, yo no soy nada. Dicho esto, me pondré en contacto con Pablo cuanto antes para entregarle a él este premio, puesto que es quien de verdad se lo merece.’
Marcos pensaba que con lo que había contado iba a haber rechazo por parte del público, pero se encontró todo lo contrario, no hubo ni una persona en aquella sala que no aplaudiera. Lo importante es que había aprendido la lección y que ya no despreciaba a las mujeres por ser mujeres.

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