No comprendí nunca por qué te quiero,
encadenada por cadenas tiernas,
que no son sólidas, ni como acero,
pero se amarran a mis largas piernas.
Eres la luz de mi azulado cielo,
y me iluminas con dos mil linternas.
Tengo un amor, el tuyo es, el primero,
que fue en mis entrañas la pena eterna.
La que hiciste de amargura, y no
el corazón de mi amor segundo.
Soy prisionera de tu alma dulce.
Debo decirte que, en mi oscuro mundo,
no serás ángel, sino dios divino,
que nuestros labios ya se crucen.
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