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domingo, 30 de enero de 2011

Descanso

Siento que la muerte me arropa bajo sus sábanas después de leerme el largo cuento de mi corta vida. Me dice que después de 19 años ya es la hora de dormir, de descansar, que ya he jugado bastante y estoy cansada. Tiene razón: noto cómo poco a poco mi cuerpo cada vez se cansa más y ya no aguanta. Mi único deseo es dormir entre las sábanas de la muerte que cada vez más me tapan, que, poco a poco, mi cuerpo se descomponga, convirtiéndose en un simple esqueleto, después en polvo y después en nada. Mi recuerdo quedará en el olvido y sólo quedará una pequeña parte de mí en la memoria de aquel que más me amó. Yo descansaré en un lugar pacífico, en la cima de un pequeño monte, desde el cual mi espíritu verá el pueblo donde crecí y recordará día tras día todos los buenos recuerdos. Allí me volveré a encontrar con un amigo, al que perdí hace un año y medio, durante la noche del 12 de julio. Observaré cómo al poco tiempo de mi muerte habrá flores delante de mi lápida, y cómo cada vez habrá menos. Observaré cómo la persona que me ama pasa las horas entristecido, delante de mi tumba y, aunque ni me pueda oír ni tocar, le cogeré de la mano y le pediré que por favor no llore por mí, que sea feliz y haga que su vida avance, que yo no soy lo esencial, que él tiene que amar otra vez y olvidarme, que todavía es joven y que no quiero que se amargue por mí.
Mis escritos también quedarán en el olvido, o quizá en un vago recuerdo de alguna persona. No habré conseguido alcanzar mi sueño (escribir un bestseller), pero por lo menos habré escrito todo lo que quise escribir.
Quedaré quizá en el recuerdo de mi mejor amigo, que algún día viajará a Londres y me recordará, recordará aquel viaje que siempre quisimos hacer y que nunca habremos hecho, no olvidará ir a la Abadía de Westminster, la cual él sabe que es mi lugar favorito en todo el mundo. Quizás tenga la suerte de poder escuchar las notas musicales que provienen del órgano, mientras observa la belleza de la abadía, con sus tribunas, sus bóvedas y sus columnas, sus placas conmemorativas y su libro con los nombres de los que lucharon contra los alemandes en la I Guerra Mundial, donde aparece mi apellido.
Cuando vuelva de ese viaje, vendrá al lugar donde descanse yo a contarme todo lo que ha visto y todo lo que ha vivido y me confirmará que tengo razón en que Londres es la ciudad más bella de todas.
La muerte pone sobre mi cuerpo una rosa negra y me dice que en breve me dará un beso de buenas noches.

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