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martes, 11 de enero de 2011

Vanidad

Era una noche fría de invierno y yo paseaba por el parque de mi pueblo. Iba de camino a mi casa, después de trabajar. Cuando salí del parque, vi el cementerio, que estaba en la acera de enfrente. A mí me encantaba pasear por aquel cementerio y no me daba miedo, ni siquiera de noche. Decidí darme un paseo por allí. En una de las tumbas vi que sobre ella había una rosa blanca, símbolo del amor puro y eterno. Me senté allí durante una hora, junto a la tumba, a pensar, como solía hacer.
El silencio de aquel cementerio siempre me ayudaba a pensar. De pronto escuché el sonido de unos pasos que venían hacia mí.  Miré hacia la dirección de la que parecía que venían y vi una gran luz blanca, en forma de persona. Venía hacia mí, y yo estaba muy asustada.
-          No tengas miedo. Solo vengo a decirte que sólo el tiempo dice si todo ha sido en vano.
De pronto desapareció. Eso me hizo reflexionar durante otra hora. Cuando miré de quien era la tumba, vi que mi nombre estaba escrito en la lápida. La fecha de la muerte era de dos días antes que estos sucesos. Junto a la rosa blanca había una carta. La leí. Era una carta de amor del hombre del que yo llevaba enamorada toda la vida. Nunca se lo había dicho, por miedo a pasar vergüenza. Entonces me di cuenta de que mi amor no había sido en vano, pero mi vida sí, por no haber disfrutado de ese amor.

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